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¿Por qué los jóvenes deberíamos participar en política?


En Colombia, durante los últimos 20 años todos los menores de 35 hemos tenido que presenciar -al menos de manera pasiva- cambios bastante drásticos en materia política, institucional y económica. No podemos negar que estamos en un país bastante diferente al que era antes de que muchos de nosotros naciéramos. Eso nos hace una generación bastante especial que tiene una responsabilidad muy importante en un momento determinante y difícil de nuestra historia reciente. Por eso quiero contarles brevemente sobre qué es lo que nos hace tan especiales y por qué es crucial el rol de cada uno de nosotros en la construcción del país que queremos.


En estas últimas dos décadas hemos presenciado el mayor crecimiento de la clase media de toda nuestra historia, lo que ha hecho que seamos la generación con mayor nivel de escolaridad promedio y con niveles más bajos de pobreza (de acuerdo a datos del Banco Mundial). Cabe destacar que aunque el país tiene muchos retos por delante en materia de superación de la desigualdad, los jóvenes de esta generación viven en las mejores condiciones que se hayan visto (con sus matices, por supuesto). Todo esto, se ha dado a pesar de un mercado laboral precario, un desempleo persistente y muy baja productividad empresarial. Por lo que se podría plantear la hipótesis, de que los jóvenes poseemos una capacidad inédita de entender el panorama en el que vivimos y tomar mejores decisiones como ciudadanos debido a que tenemos las herramientas para entender mejor la realidad de nuestro entorno.


Pero cuando vemos el otro lado de la moneda nos damos cuenta de que estamos en uno de los momentos más difíciles de nuestra historia institucional: se han dado reformas políticas que han ampliado el espectro de la participación democrática, en el marco de un Estado capturado por la corrupción y el clientelismo. El sistema electoral está prácticamente monopolizado, ha existido una persecución sistemática a la oposición y la ausencia del Estado ha propiciado la aparición y consolidación de grupos armados criminales en las zonas más apartadas del país.


Si combinamos los dos escenarios anteriores, podemos entender que somos las personas más preparadas para cambiar un país que está en un momento en el que nos necesita más que nunca. Esto, ya nos hace incomparables con nuestros antecesores y nos otorga un gran poder para poder pasar la página. Pero un gran poder, conlleva una gran responsabilidad.

Cuando revisamos las estadísticas en las elecciones, nos damos cuenta que hay cosas que se mantienen iguales durante los últimos 20 años como ese es el caso del abstencionismo electoral. Si lo llevamos al plano político, muchas encuestas de percepción arrojan un dato lapidario: una porción muy pequeña de la población participa en procesos ciudadanos (con o sin fines electorales) con una proporción similar de jóvenes. Lo cual, suena contradictorio si dejamos claro que somos una generación educada y que lee el contexto en el que estamos.


Este estudio de Uniandes y LAPOP muestra que efectivamente somos una generación bastante crítica y desconfiada pero nuestra participación no pasa de las redes sociales, donde tenemos bastante experiencia en expresar nuestra indignación ante el acontecer nacional. A mis contemporáneos les informo que nos está costando pasar de la indignación a la acción, y la acción está en el campo de la política y la participación electoral. La evidencia muestra que los cambios que se han dado en las sociedades modernas vienen dados por una gran contienda que requiere la formación de bases electorales fuertes que se lancen a la contienda política.


Las consecuencias de no participar en política son más absurdas de lo que pensamos: se genera un retroceso en nuestros derechos civiles y una fractura grave a nuestra institucionalidad, generando fuertes muestras de autoritarismo como la criminalización de la protesta social que es un derecho constitucional que se debe dar en forma pacífica y con todas las garantías a la vida y bienes de los ciudadanos. Además, ha permitido la normalización y perpetuación de fenómenos tan detestables como la guerra y la corrupción. Por lo que al abstenernos de participar en política no solamente estamos dejando que los otros tomen decisiones por nosotros, sino también somos responsables de nuestra degradación moral como sociedad.


Es claro que la historia sabrá juzgarnos por la forma en la que como jóvenes asumimos nuestro rol y logramos ser la generación que deje un país mejor para los que vienen. En esto no hay matices, o lo logramos y tenemos avances o perdemos la oportunidad. Para participar no se requieren esfuerzos gigantescos. Los escenarios electorales nos permiten participar en diferentes procesos: informando, vigilando, movilizando, proponiendo y votando. Además, si nos sentimos capaces, podemos asumir liderazgos e iniciativas que puedan impactar nuestras comunidades desde nuestras áreas de interés, por lo que el trabajo es gigantesco y necesitamos muchísimas manos.


Como la generación más preparada que somos, debemos estar a la altura de las circunstancias. Eso implica entender que en una democracia hay posturas y opiniones diferentes que no necesariamente deben ser respetadas pero sí toleradas. Nuestra postura más que reaccionaria debe ser constructiva y estar al servicio del bien común incluso si está por encima de nuestro sistema de creencias. Por lo que en ningún caso la violencia debe ser admitida dentro del escenario democrático, ni por parte del Estado, ni dentro de la protesta ni por nadie. Participar en política implica rechazar de manera contundente cualquier acto que legitime y normalice la cultura de la violencia, que es todo lo opuesto a la participación democrática y cívica que como generación debemos impulsar.


Por: Cristian Piñeros

Editor: Andrés Felipe Sandoval




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