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Colombia: el valor de la calma en medio del ruido


Colombia atraviesa uno de esos momentos en los que todo parece estar al límite. Las redes sociales hierven, las conversaciones se tensan, los titulares se suceden a toda velocidad y la sensación de incertidumbre se instala en el corazón de muchos colombianos. Es como si nos costara respirar, como si no existiera un espacio común donde encontrarnos sin miedo, sin rabia, sin prejuicios.


Pero incluso en medio de esa tormenta, hay algo que puede sostenernos: la calma. No la calma ingenua de quien ignora lo que pasa, sino la calma valiente de quien decide no dejarse consumir por el caos. Esa que nace del pensamiento crítico, de la serenidad interior, de la convicción de que no todo está perdido.


Colombia no necesita más voces que gritan para imponerse; necesita más personas dispuestas a escuchar. No necesita más bandos enfrentados. Necesita más ciudadanos que, sin renunciar a sus ideas, estén dispuestos a construir desde las diferencias. Porque las diferencias existen, y seguirán existiendo. El problema no es pensar distinto, el problema es convertir al que piensa distinto en enemigo.


Ahora bien, la calma no puede construirse negando lo que sentimos. Para hablar de paz, primero hay que reconocer el dolor: el de las familias que llevan años esperando justicia, el de quienes han sido ignorados por el sistema, el de quienes han perdido la fe en las instituciones, en los líderes, en la posibilidad de un país distinto. ¡Ese dolor es real! Y no se borra con discursos ni se supera con frases hechas. Se nombra, se escucha, se valida. Por eso, el primer paso hacia la reconciliación no es olvidar, sino atrevernos a mirar de frente lo que nos duele y, desde ahí, dar un paso hacia el otro. Porque si no reconocemos el malestar que llevamos dentro, no podremos dialogar con honestidad.


Estar en el centro hoy no es una postura “tibia”. Al contrario, es una postura valiente: significa pararse en medio de los extremos y decir: podemos hablar. Significa elegir el camino del diálogo por encima de la descalificación. Significa entender que el país no va a mejorar porque uno de los bandos “gane”, sino cuando entendamos que estamos condenados a convivir, y que esa convivencia solo es posible con respeto, empatía y una profunda voluntad de reconciliación.


Las soluciones que necesitamos (en la economía, en la justicia, en la educación) requieren cabeza fría y corazón abierto. Hoy más que nunca requerimos voluntad de diálogo, madurez emocional y liderazgo colectivo.


Quienes aman de verdad a Colombia no pueden seguir alimentando el fuego, porque si seguimos lanzándonos piedras, lo único que lograremos es que todos terminemos heridos. La paz —entendida no solo como el fin del conflicto armado, sino como una manera de relacionarnos— debe convertirse en una práctica cotidiana. No se construye con discursos; se construye en la forma en que nos tratamos, en la forma en que enfrentamos las crisis, en la forma en que decidimos cuidar lo que tenemos en común.


Nuestro futuro como país no está escrito y no lo define un presidente, un Congreso o una sola ideología. Ese futuro lo define cada uno de nosotros, los ciudadanos, con las decisiones que tomamos todos los días, con la forma en que elegimos participar, disentir, apoyar o resistir. El rumbo de Colombia depende menos del escándalo del día y más de nuestra capacidad de no rendirnos al odio, de no ceder ante la desesperanza, de no resignarnos a vivir divididos.


Percibamos más lo que está a nuestro alrededor, escuchemos y reconozcamos que la única salida posible es colectiva; que nadie nos va a rescatar si no lo hacemos nosotros mismos, y que incluso en medio del ruido, aún podemos elegir un país donde prime la sensatez, la decencia y la compasión.


Porque el futuro se construye en calma, y Colombia lo necesita más que nunca.

Camilo Rodríguez#LaFelicidadSeContagia


 
 
 

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