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Más que cifras: lo que las encuestas políticas no miden sobre la felicidad

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Nos acercamos a una época del calendario nacional donde las encuestas políticas se convierten en protagonistas de cada titular, en el centro de cada conversación de esquina. Los medios de comunicación dedican bloques enteros a analizar cifras, tendencias y variaciones de puntos arriba o abajo, mientras en las calles, las personas empiezan a ver su cotidianidad invadida por nombres, logos y promesas.


Cada cuatro años, como si fuera un ritual, nos adentramos en el mismo juego: elegir. Pero también confrontar. Elegimos personas, ideas, movimientos, sueños de país. Y confrontamos miedos, pasados, y sobre todo, esperanzas. Sin embargo, en medio de esa dinámica inevitable, hay algo que las encuestas rara vez miden: el estado emocional del pueblo que las consume. ¿Cómo nos hacen sentir esas cifras que vemos en pantalla o en redes? ¿Qué impacto tienen en nuestro ánimo? ¿En nuestra capacidad de soñar con un futuro mejor?

Porque sí, las encuestas son números. Pero detrás de cada número hay una historia, una interpretación, una emoción. Hay quien las ve con ilusión, quien las consume con escepticismo, y quien simplemente las evita porque le generan ansiedad. Pero las encuestas nunca lo dicen. Solo muestran porcentajes, como si eso fuera todo.


Las encuestas no miden si estamos felices, ni si nos sentimos representados, ni si creemos que alguien realmente nos escucha. No nos preguntan si dormimos tranquilos, si tenemos con quién hablar sobre lo que pasa, si estamos cansados de promesas vacías o si tenemos miedo de volver a confiar. Y no incluimos las “urnas virtuales” que salen cada tanto, sino de estudios profundos para conocer la realidad del colombiano en la intimidad de su ser. 

Y es ahí donde este ejercicio —aparentemente técnico y objetivo— se convierte en algo más profundo: un espejo que no refleja todo. Uno que deja fuera la dimensión humana de la política, esa que tiene que ver con el bienestar emocional, con la salud mental, con el deseo de vivir con dignidad.


El problema no está en las encuestas como herramienta, sino en lo que no nos detenemos (o no se detienen las personas que las hacen) a pensar cuando las leemos. Porque ganar o perder siempre estará en el resultado, sí, pero lo que queda en el camino, lo que siente la gente, también importa. Las encuestas pueden informar, claro, pero también pueden desinformar, manipular o angustiar si no se contextualizan bien.

Una encuesta no es la realidad. Es una foto borrosa de un momento, de una muestra, con márgenes de error y con muchas interpretaciones posibles. Pero ¿quién nos explica eso? ¿Quién cuida cómo se nos presenta esa información? ¿Quién nos habla de la diferencia entre percepción y verdad?


Necesitamos una sociedad que hable con responsabilidad, pero también una ciudadanía que reciba la información desde la consciencia. Que entienda que lo más importante no es quién va arriba o quién va abajo, sino cómo estamos viviendo este proceso colectivo. Cómo cuidamos nuestras emociones, cómo debatimos sin destruirnos, cómo construimos desde la diferencia.


Desde la Política de la Felicidad, creemos que otra forma de hacer política es posible. Una que ponga la salud mental, la esperanza y el bienestar de la gente en el centro. Una donde las encuestas no sean motivo de angustia, sino un insumo más para tomar decisiones informadas, empáticas y humanas.



 
 
 

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